Los elefantes son seres inmensos y fascinantes. Cuando sos niño los ves mucho más grandes, así como ves más altas las ventanas o los techos, así como te parecen gigantescos ciertos dulces, que no te caben enteros en la boca, así como todos los caminos son más largos.
Sin duda uno recuerda la primera vez que vio a uno de esos bichos, más si la distancia entré él y vos era un par de metros. Mi primer elefante fue La Mocosita, que vivía en el zoológico La Aurora y que murió hace un par de días. Su presencia era como la certeza de los buenos días en que el sol seca los rastros de las tormentas, era un hecho que uno daba por sentado, porque todos tus cuates la habían visto por lo menos una vez.
Sé que con su muerte se murió parte de mi infancia; sé que alguno de mis amigos lloró con la noticia; sé que era un ser totalmente ajeno a la ciudad y sus ruidos, que nunca podría volver a su tierra, que como todo buen elefante no olvidó jamás; sé que sin ella el zoológico no será el mismo.