Va a sus versos como quien va a su cueva.
Conoce a Telémaco, pero tiene urgencias oscuras, no griegas.
Penélope jamás le tejería un pulóver,
mucho menos se lo destejería.
Los amores de Príamo y Ariste lo tienen sin cuidado.
Aun así escucha címbalos y otras aventuras aéreas
que lo rodean como un destiempo, un deshogar.
La luz de las estrellas lo baña por ajena casualidad del universo.
De sus huesos caen hojas secas
que él contempla con estupor.
Tiene sangre, cada mañana lo golpean cuando viene del sueño.
Está desnudo y tiembla.
Mira lo que no es.