El Fa sostenido de Marie-Louise-Funkel:
Aún hoy no acabo de comprender cómo pude cometer la equivocación la segunda vez. Probablemente estaba tan atento a no fallar que imaginaba un fa sostenido detrás de cada nota. Si de mí hubiera dependido, no hubiera tocado más que fas sostenidos desde el principio, y tenía que hacer un esfuerzo para contenerme. Fa sostenido todavía no… todavía no… Hasta que, al llegar el momento, volvía tocar un fa en lugar de un fa sostenido. Ella se puso colorada como un tomate y empezó a chillar: ¡pero será posible! ¡Fa sostenido he dicho, por todos los diablos! ¡Fa sostenido! ¿Es que no sabes lo que es un fa sostenido, zoquete? ¡Escucha! –deng-deng. Y, con un índice que, tras décadas de enseñanza, tenía la yema tan aplastada como una moneda de diez centavos, pulsaba la negra que estaba al lado del sol. ¡Esto es un fa sostenido…! –deng-deng- Esto es… -Entonces tuvo ganas de estornudar. Estornudó, se pasó rápidamente el mencionado dedo índice por el bigote y pulsó la tecla otras dos o tres veces mientras chillaba: ¡esto es un fa sostenido, esto es un fa sostenido…! Luego, se sacó el pañuelo de la manga y se sonó.
Yo me quedé mirando el fa sostenido y me puse blanco. En el borde de la tecla había quedado pegado un moco fresco, reluciente, entre verde y amarillo, de un dedo de largo, ancho como un lápiz y retorcido como un gusano que, con el estornudo había pasado de la nariz de la señorita Funkel al bigote, luego, al limpiarse, del bigote al dedo y del dedo al fa sostenido. ¡Otra vez desde el principio!-gruñó la voz a mi lado. Uno, dos, tres, cuatro… y empezamos a tocar. Los treinta segundos siguientes fueron los peores de mi vida. Yo notaba que la cara se me quedaba sin sangre y que la nuca me sudaba de angustia. Se me erizaba el pelo, las orejas me ardían, luego se congelaban y al fin se quedaban sordas, como si me las hubieran tapado, de tal modo que apenas oía ya la graciosa melodía de Antón Diabelli que yo tocaba mecánicamente, sin mirar la partitura. Era la tercera vez y los dedos se movían solos; pero yo, con los ojos muy abiertos, miraba la fina tecla negra al lado del sol que tenía el moco de Marie-Louise-Funkel…todavía siete compases, seis… imposible pulsar la tecla sin apoyar el dedo en el moco…todavía cinco compases, cuatro… pero, si no la tocaba y, por tercera vez, tocaba un fa en lugar de un fa sostenido, entonces…tres compases…!OH, Dios mío, haz un milagro! ¡Di algo! ¡Haz algo! ¡Que se abra la tierra! ¡Destruye el piano! ¡Haz que el tiempo corra hacia atrás para que yo no tenga que tocar el fa sostenido!... dos compases, uno… y el buen Dios callaba y no hacía nada, y el último y terrible compás había llegado, compuesto, todavía lo recuerdo, por seis corcheas que bajaban del la hasta el fa sostenido y una semicorchea que desembocaban en el sol… y mis dedos bajaron por la escala de corcheas como en un infierno, re-do-si-la-sol… ¡ahora fa sostenido!, gritó la voz a mi lado… y yo, sabiendo perfectamente lo que hacía, con absoluto desprecio de la muerte, toqué fa.
Y para ponerle música al relato, acá un tema de Luis Pescetti: el moco
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