domingo, marzo 2

Saludos de nuevo amigos. Hace unos dias anuncié una retirada, sin embargo, he estado reconsiderando la posibilidad de contar cosas -al final de cuentas, de eso se trata esto-, y de ésta forma, impulsado por alguna fuerza extraña he tenido esta idea que puede resumirse en lo que dice este afiche: escribir una historia en tiempo real (o lo que es lo mismo, cuando los contribuyentes puedan hacerlo), a partir de este esquema que he realizado especialmente para este proyecto. Sin más palabras, damos inicio a éste cuento sin título aún. Saludos y veamos hacia donde nos lleva el viento.


Anibal iba perdiendo minutos. No se trata de una broma tonta, no, no se trata de eso. Pensar sobre ello es saber que - en efecto- , se pierden minutos cada día, cada hora y bueno… cada hora nomás. Pero éste no era su caso, porque a pesar de saber que los perdía –esto, como posibilidad cotidiana, claro está-, el hecho dejaba de ser algo puramente teórico y vivencial, se trataba de una situación demasiado real y no aparente. Por eso cuando vio que su reloj andaba al revés pensó que en realidad el tiempo estaba retrocediendo, aunque la posibilidad fuera ínfima. A nadie le ocurre esto –pensó-, mientras le daba golpecitos al reloj, intentando corregir el error . Cualquiera hubiera hecho lo mismo. Claro, aquello era demasiado extraño. Pero asumamos: ¿si sucediera?.

Uno suele desear que el tiempo se detenga o que avance, pero nunca, NUNCA que retroceda. Bueno, esto es generalizar, he conocido personas que lo han deseado, en situaciones extremas. Uno no quiere pasar por lo mismo dos veces, prefiere –en cambio-, saltarse el bochorno. El iba perdiendo minutos. De haber sido al contrario –es decir, que ganase minutos, lo cual es más improbable- las cosas cambiarían rápidamente, no es lo mismo retroceder que avanzar. Pero en esencia, debería ser lo mismo. Sucede que si las cosas avanzaran, es fácil pensar que lo harían rápidamente, y si retrocedieran, lo harían en cámara lenta. Tal vez los automóviles irían en retroceso, tal vez las cosas en vez de caer subirían. ¿Es extraño no?, uno tiende a pensar en retroceso como una situación a la inversa. Lo que sube baja y lo que baja sube; lo que camina vuela y lo que vuela se eleva hasta perderse de vista.

Empezó a frotarse las manos y al poco tiempo apenas si pudo despegar la vista del reloj. Le daba golpecitos tímidos. Pocas veces vio si algún auto pasaba por la calle, imaginando que le salían alas –no a él, al auto-, entre todo, el tiempo también se había detenido. La contradicción era realmente absurda: estaba perdiendo minutos, pero tenía la impresión de que el tiempo se había detenido. Empezó a sudar, sus labios empezaban a secarse. Un vaso de agua. Eso, un vaso de agua con dos hielos. Quizá tres. Icebergs dentro del vaso. Empezaba a indigestarle la situación, porque no tenía una explicación coherente, no había una mano amiga sobre su hombro.

Pronto pasó junto a una relojería, pero continúo su camino sin siquiera voltear a verla. Relojes, relojes –pensó-. Cinco minutos más tarde, corría por la misma calle que ya había recorrido, pero en dirección contraria. Entró a la relojería. Disimuló, se hizo pasar por un simple comprador, deteniéndose sólo para observar los relojes del mostrador. Evidenciaba cierto aire de duda. Parecía sospechoso -de hecho aparentaba serlo de forma nada discreta-. Podría decirse que le restaba únicamente portar un rótulo colgado del cuello con la frase: soy sospechoso, mírenme y no me pierdan de vista.

Para el relojero no pasó inadvertido, pero se sintió tranquilo de tener a Juanita a su lado. Le vio de reojo, la culata de madera, el brillo recién lustrado del cañón.

¿En qué puedo servirle? –preguntó-. ¿Clásico no?. Bueno, a decir verdad es una de esas frases de cajón, no sé por qué pensar que pueda cambiarse por algo como: ¿viene a comprar algo o viene a que pierda mi tiempo mostrándole que los relojes no pueden salir del mostrador levitando?. Eso sería demasiado. Uno no compraría nada. Bueno, hay fórmulas de cortesía pero qué mas da.

Quiero que revise mi reloj –dijo fingiendo distracción.

El joyero lo tomó: un Casio. Hacía tiempo tenía la gana de que algún cliente le diese a revisar un Casio. Y no es que se tratara de un reloj de colección, eso, para nada. Pero cada quien tiene sus fetiches y el de éste relojero eran los Casio.

Aníbal interrumpió la contemplación por parte del relojero, explicando.

¿Sabe?, creo que no me funciona bien.

Eso lo puedo decir únicamente yo –contestó el relojero- absorto en el Casio, comprobando su autenticidad.

A decir verdad, no le veo nada de extraño a éste reloj –respondió luego de un rato-. Las manecillas se mueven…con eso basta. Está un poco sucio… pero un cambio de pulsera le haría bien. Tengo unas de imitación de cuero legítimo. ¿Quiere verlas?

Aníbal no entendía una palabra. Hasta le pareció que el relojero se burlaba de él.

Creo… -dijo tomando un poco de aire-… creo que usted no me ha entendido. El reloj, es decir, las manecillas se mueven, claro… pero se mueven al revés.

¡Al revés!. ¡Al revés!. Como si usted fuera tan especial. A nadie común le ocurren éstas cosas.

Pero, vea bien… el reloj camina al revés.

No me venga con estupideces. No estoy para bromas –farfulló el hombre, tirando el reloj sobre el mostrador-

Venirme a mí a decir que el reloj anda al revés ¿qué sabe usted de relojes? –gritó el relojero.- En mi vida he visto más de tres mil relojes y ninguno –escúcheme bien- ninguno ha andado al revés. No venga con inventos. Seguramente viene a robarme. No crea que no lo he notado. Conozco a los de su clase.

Solo le pido que lo vea. Nada más –dijo el hombre, nervioso. Le juro bajo palabra Divina, humana y extraterrestre –si existiese ésta última-, que no pretendo nada. Solo quiero que vea el reloj.

El reloj anda bien –sentenció el relojero, mostrándole el revólver-. Ahora lárguese, que Juanita quiere mostrarle los dientes.

Aníbal salió dando tropiezos de la relojería. Había perdido minutos valiosos.