sábado, abril 19

Todo comenzó una mañana. Al abrir el closet descubrí -horrorizado- que una de mis camisetas favoritas tenía hoyos. Cosa curiosa. Pensé que seguramente había sido un descuido de mi parte y que bueno, qué se le va a hacer. Al cabo de unos días, otra camiseta tenía un hoyo, en el mismo lugar que la anterior. Cosa más curiosa. Pensé que seguramente había sido otro descuido y no presté atención. Fue a la tercera vez que empezó a preocuparme. Los hoyos estaban ubicados sistemáticamente en el mismo lugar: al lado derecho, en la parte baja -unos seis centímetros arriba-. Tendría que ser un descuido igual de sistemático de mi parte, pero eso era ya paranóico. En cuestión de días, fui descubriendo que cada camiseta que usaba tenía los mismos hoyos y en las mismas cantidades. Esto ya parecía obra del demonio mismo... Por esos días escuchaba la cumbia de los aburridos de Calle 13 -tema simpático por cierto- y en una parte reza: "los que huelen a meado de viejito". Y me dije: como la naftalina...
De la naftalina tengo recuerdos de mi infancia y adolescencia, cuando en el centro de la ciudad, justamente a la altura de la octava calle con novena avenida, frente al almacén Magno -que de Magno solo quedó el nombre, pues se ha convertido en una especie de tienda de barrio desolada-, se situaban los vendedores de éstas bolitas -que ya investigando encontré, y cito-: "el naftaleno, C10H8, es un sólido blanco que se volatiliza fácilmente y se produce naturalmente cuando se queman combustibles. También se llama alquitrán blanco y alcanfor blanco, y se ha usado en bolas y escamas para polillas. Tiene un olor fuerte, aunque no desagradable"- aunque con ésto último no estoy para nada de acuerdo.
Pues bien, éstos vendedores ofrecían la naftalina en sus empaques tradicionales y vaya si el hedor no era bárbaro, había que cambiarse de ascera o taparse la nariz al pasar junto a ellos. Y sí... olía a meado de viejito.
Entonces tuve que comprar la dichosa naftalina. El carro quedó apestando por días y aún así me atreví a colocar una bolita dentro del closet. En ésto, fui descubriendo los gustos y preferencias de ésta polilla. Primeramente, descubrí -y estoy muy agradecido- que la polilla no es fan de StarWars, puesto que ninguna de mis camisetas galácticas tiene hoyos. Luego, pude darme cuenta que en cierta forma, la polilla es carnívora, ésto porque agujereó -en un principio y con saña- las camisetas con motivos de animales (vacas, venados). Seguramente se aburrió del sabor de éstas y cambió por el café. Porque también le gusta el café. Me di cuenta porque empezó a agujerear las camisetas que traje de Colombia y que tienen, por supuesto, motivos con ésta bebida espirituosa. Cuando ya hubo saciado sus enfermizas ancias, ésta polilla (y digo ésta porque no creo que sean dos o más. No puede haber dos o más polillas tan viles, tan sistemáticas, con gustos tan parecidos) arremetió con cuanta camiseta pudo. Un cajón arriba se encuentra ropa de lana, algodón y poliéster que pensé sería su plato fuerte. Pero no fue así. La polilla de mierda solo quería comerse las camisetas. Arriba de ella había un suculento banquete pero ésta prefirió las camisetas. Y la naftalina pareciera no surtir efecto.
Todas las mañanas, cuando salgo tarareo la cumbia de los aburridos. Y es que presiento que cuando uso las camisetas, seguramente la gente andará diciendo por ahí que huelo a meado de viejito.




Como no tengo Nopol -que en realidad no pareciera ser el producto idóneo-, acá les dejo a Les Luthiers que nos cantan la canción del matapolillas.